20/7/09

Veneno sin inspiración

Esterilidad literaria. Cansado y tendido, con la cabeza exprimida apoyada en los brazos enredados y los codos tensos sobre la mesa, me pregunto donde está todo el afán y toda la creatividad que me sobresaltan en cada usual disertación digerida.

Hay silencio en la pieza. La verdad es que el silencio no es absoluto; siempre está el zumbido perpetuo de los bólidos de la avenida; la vibración pueril, nada interferente, que puede considerarse como silencio.

Tengo todo lo disponible para realizar una obra memorable, aunque sea un parrafo de aforismo, o alguna que otra metáfora perpleja, algún verso libre para mi libro inédito de poemas. Pero hoy ¿Cómo empezar si la inspiración parece haberse ido? Hay un vaso con agua, que puede saciar a medias esta sed de triunfo, con ciertas ondulaciones en su superficie. ¿Se avecina algún reptil gigante y demoledor? No, sólo es el contacto del corazón con la mesa de patas disparejas y apolilladas. El golpe, el latido, el tamboreo de la fatiga y la desilusión.

Caja boba inerte. Ya no ilumina literal ni figurativamente el ambiente, sólo pende un triste foco, como un diente opaco en una encia sórdida, eterno foco amarillo al cual le debo mi miopía, responsable del placer literario en la habitación, del placer vital de los animales alados que se cortejan, que consumen las piezas, las maderas, las columnas, las patas de las mesas. Me obligo entonces a tomar agua y al ver mi veneno grafiado en la celda, líneas estrujadas de tinta, me digo que mi aguijón está exacerbándose, se agita, ebulle y circula, considero que no hay veneno más efectivo que el que entra, intacto y procesado en una hoja de papel, por los globos oculares.

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